sábado, 27 de junio de 2009

Carta 1.1




Llovía.
A cantaros y cada vez más fuerte.
Odiaba la lluvia. No la que cae de las nubes, sino ésa.
Es, con diferencia, la peor sensación de todas. Notar cómo las gotas llegan hasta ti, y se deslizan, y traspasan la ropa y te calan hasta la sangre, y te la enfría. Estaba empapada de esa lluvia. Lo peor es que estaba destinada a secarme sola porque nadie podía verla, y nadie entonces me ofrecía una toalla.
Tras la ventana de mi cuarto veía el sol, y dentro llovía. Qué raro es saber que el calor está tan cerca y no sentirlo, y que nunca venga.
Odiaba la lluvia.
Por eso, supongo, mi pánico al agua. Y por eso me encantaba estar lejos de la humedad y de todo lo que representara porque así yo me sentía más feliz y por supuesto eso no tenía ningún sentido, como la mayoría de las cosas que me rodeaban.
También odiaba el ballet. Mucho aunque creo que tampoco tanto; sólo un poco. Bueno, casi nada. Más bien lo odiaba cuando me veía obligada a hacerlo. Soy muy independiente, y realmente me sorprende que no te dieras cuenta. Aunque bueno, no sé, a lo mejor lo sabías. Siempre resultaba que me conocías mejor de lo que yo creía en un primer momento, y lo cierto es que eso me gustaba. Siempre me gustaste mucho, tú y tu manera de hacer las cosas. Te admiraba y sé que nunca te lo dije. Aunque al fin y al cabo te lo estoy diciendo ahora.
Pero vaya, no era esto lo que iba a contarte.
Sé que no lo aprobarás, pero al final acabé en Suburbia. No es tan malo como lo pintan.
Es uno de esos lugares tranquilos. No porque siempre se esté relajado y no haya algún que otro problema. Más bien porque siempre sabes lo que encontrarás al salir a la calle y el conocer a qué te enfrentas te da una seguridad perfectamente absurda.
Se estaba bien allí. Te ibas de casa por la mañana completamente seguro de que el cielo estaría un poco nublado, como el día anterior. Y también sabías que las putas de "La casa de Lulu" se ponían en la esquina a partir de las ocho. Pero intuyo que tal vez no quieras saber eso. Eran simpáticas, de todos modos, muy guapas todas y muy lejos de casa también. Hablaba a veces con ellas en sus horas muertas y me contaban sus historias. Buena gente.
Pero eso ya lo dejaremos para otro día.
Hoy quería decirte que diluviaba y que tuve mucho miedo y que por eso te estoy contando lo que te cuento. Porque me da pánico que el agua no pare y caiga y siga cayendo y se inunde la habitación entera y me ahogue sola. Ya sabes, mi pánico idiota...
Creo que siempre supiste entenderme bien pero que pocas veces o ninguna me paraba a escucharte. Aunque a fin de cuentas lo estoy intentando ahora y algo de sentido tendrá el mejor tarde que nunca.
Te preguntarás por qué en este instante, y no antes. Creo que antes me creía mucho más valiente de lo que era y eso me otorgaba una especie de escudo a prueba de nada pero que, al menos, estaba ahí. Un escudo es un escudo sea como sea.
Hace cosa de una media hora me habrías pillado desprevenida y no habría sabido por dónde empezar, pero al final he decidido que por el principio, que ha gustado siempre un poco más y ha liado mucho menos, porque si empiezo por todo lo que me gustaría no entenderías nada y tendré que volver al inicio de todos modos.
Mejor así.

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